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Los raticidas de uso común contienen un compuesto denominado Warfarina que provoca el bloqueo de la Vitamina K y con ello la producción de los factores de coagulación. Los factores de coagulación son proteínas que ayudan a las plaquetas a formar los coágulos que evitan los sangrados cuando hay una lesión. Es decir, si las plaquetas son los “ladrillos” que forman un barrera ante un sangrado, los factores de coagulación son el “cemento” que los une, y sin ellos la formación del coágulo es imposible.
Es por eso que cuando un perro o un gato (en estos es más complicado que ocurra, pues son más selectivos con lo que ingieren) se intoxica con una Warfarina en cuestión de unos días empiezan a aparecer sangrados en distintas zonas del cuerpo. La intoxicación puede tardar entre 5 y 14 días en empezar a producir los efectos, pues mientras los factores de coagulación producidos por el organismo previamente no se degradan aún conservan su función.
Los sangrados más evidentes que podemos encontrar suelen aparecer en zona nasal, oral e incluso verse en las heces como sangre fresca (roja) o digerida (negruzca). Sin embargo, no siempre son los más comunes, pues también pueden aparecer en cavidades corporales. El derrame más comúnmente visto en estos casos es en el cavidad torácica, generando lo que se conoce como un hemotórax. Esta se llena de sangre, y además del peligro que supone la pérdida masiva de sangre genera otra problemática, pues en una cavidad torácica llena de
sangre no hay espacio físico para que los pulmones se llenen de aire en la inspiración, por lo que además de una anemia severa generamos una dificultad respiratoria que puede ser fatal.
En estos casos el “antítodo” utilizado es la Vitamina K, que una vez administrada comienza a reactivar la cascada de producción de los factores de coagulación. Por desgracia, aun con esto y la administración de transfusiones el tratamiento no siempre consigue llegar a tiempo, por lo
que evitar la ingestión del veneno es la mejor prevención que podemos llevar a cabo. Y en caso de producirse, realizar una atención inmediata, pues una vez el animal ingiere el producto disponemos de cierto margen para trabajar con seguridad y que los síntomas ni siquiera
lleguen a aparecer.
Otro dato importante a tener en cuenta es el hábito alimenticio de los roedores, pues aunque nosotros pongamos el raticida en una zona a la que el animal no puede tener acceso bajo ningún concepto, los ratones sí. Por norma general, estos animalitos suelen llevar el alimento a su madriguera a modo de despensa, y si por el camino cambian de opinión la bolsita de raticida puede quedar en cualquier sitio. También puede ocurrir que el roedor fallezca en algún sitio a la vista del nuestro perro o gato y que este decida darse un “festín” con sus restos, por lo que la mejor prevención es eliminar su uso.
Por último, estos son los raticidas de uso común, pero han aparecido hace pocos años en el mercado otros tipos mucho más avanzados con respecto a la eficacia de su función, y estos son mucho más peligrosos aún, pues provocan signos neurológicos de evolución rápida y no se dispone de antídoto. Su eliminación depende directamente de la cantidad ingerida y de la capacidad de nuestra mascota para eliminar el tóxico, provocando la muerte inevitablemente si la eliminación no es posible.